El asesinato de los hermanos Villar






Los tres hermanos Villar Lledías vivieron en el número 66 de la calle República de El Salvador, en el centro de la Ciudad de México, hasta el día en que dos de ellos murieron, el 23 de octubre de 1945.

A simple vista, Ángel, de 62 años; María, de 58, y Miguel, de 57, parecían viejos pordioseros. Vestían andrajos, carecían de radio, televisión u otros aparatos, comían en una cocina popular donde pedían los platillos más baratos, dejando míseras propinas y su casa parecía un despojo.

En realidad, más que pobres, los tres hermanos descendientes de los condes de Cotija y los nobles de Andalucía, eran unos viles avaros. Entre dinero en efectivo, joyas y bienes raíces, se calculaba que su fortuna ascendía a los 20 millones de pesos, en la moneda de aquel entonces.

Se rumoraba que poseían entre 30 y 40 casas en el centro de la Ciudad de México y se dedicaban al préstamo con intereses, aceptando sólo joyas y objetos valiosos como prendas o bien hipotecas sobre inmuebles.

El más joven de ellos, Miguel, ya se estaba quedando ciego, pero se negaba a atenderse la vista por miedo a que el oftalmólogo lo estafara.

Pese a que los tres avaros hicieron todo lo posible por ocultar su riqueza de las mentes codiciosas, poco a poco se supo de los tesoros que guardaban en aquella casa del centro histórico. En aquel caserón donde las habitaciones se iluminaban con las más elegantes y enormes lámparas de cristal, donde las más finas alfombras tapizaban los suelos de salas y alcobas, donde miniaturas, esculturas, porcelanas, piezas de orfebrería y estatuillas de oro adornaban el costoso mobiliario, y donde las paredes presumían de cuadros de van Gogh, Cézanne, Dalí, Miró y Picasso.

Fue así como esa noche de octubre la codicia entró a la casa de República de El Salvador, se encontró con la avaricia de los Villar Lledías y les arrancó la vida de manera violenta.



El asalto



Doña María Villar Lledías zurcía la ropa de sus hermanos cuando Ángel le dijo que saldría a la calle para hacer una llamada telefónica.

Su otro hermano, Miguel, se preparaba para irse a la cama, pues había llegado la hora en que acostumbraba dormir. Eran las 5:30 de la tarde.

Pasadas las 6, María escuchó el zaguán y pensó que su hermano Ángel ya había vuelto a la casa. Esperó escuchar pronto sus pisadas, pero nunca las oyó.

Cuando se dirigió a la sala a investigar, llamó a su hermano, pero éste no respondió.

Presa del miedo, comenzó a buscar entre la obscuridad de la casa un objeto para defenderse. Tanteó los muebles, pero no encontró nada que le fuera de utilidad.

La anciana iba camino al corredor cuando sintió el golpe en la cabeza. Comenzó a gritar pidiendo auxilio, pero una mano fuerte la sujetó por el cuello y una voz gruesa le advirtió: "Si pide usted socorro, la mato".

En lugar de amedrentarse la testaruda mujer intentó pelear y sólo se detuvo cuando el criminal la aturdió a golpes y la dejó en la sala, amarrada.

Allí, atada en un sillón y sin poder hacer nada, vio doña María cómo arrastraban frente a ella el cuerpo Ángel, su hermano estrangulado, y cómo Miguel, al salir de su habitación tanteando las paredes para ver qué sucedía, era estrangulado por los asaltantes.

Una vez más María gritó intentando pedir auxilio, pero se detuvo cuando sintió el puñal de uno de los asaltantes pegado al pecho y se desmayó por pocos minutos.

Cuando despertó, los criminales aún estaban allí. Escuchó que movían los muebles, abrían cajones, rompían cerraduras y saqueaban armarios buscando el tesoros de los tres avaros.

Al fin los vio pasar de nuevo por la sala en su camino a la salida. Uno de ellos se detuvo y la volvió a golpear en la cara antes de salir.

Sólo hasta que los escuchó salir de nuevo por el zaguán fue que la mujer se pudo liberar.

Lo que hizo después desconcertó a la policía y provocó que las sospechas del crimen cayeran sobre ella.

Corrió primero a la recámara de Ángel, donde el cuerpo sin vida de su hermano, estrangulado y con golpes en todo el cuerpo, reposaba sobre el tapete.

Después fue al cuarto de Miguel. Los asaltantes lo habían dejado sobre la cama, boca abajo y con los brazos pegados al cuerpo. Muerto.

Se asomó al balcón y vio a un policía en la calle, a quien preguntó si había visto a un grupo de individuos salir de su casa. El oficial contestó que no y ella no le dijo nada más.

Salió a la calle y entre el miedo y el aturdimiento olvidó las llaves. Regresó con una amiga a quien le había contado todo con y con un carpintero para poder abrir la puerta de nuevo.

La luz en la casa rebeló billetes esparcidos por todo el suelo, muebles caídos, roperos fracturados y camas en desorden.

María corrió a su habitación y buscó en su clóset un lote de joyas valuado en 200 mil pesos que ya no estaba.

No reportó nada a la policía hasta la mañana siguiente.



El saqueo


Una dentadura postiza a la entrada de la casa fue lo primero que encontraron las autoridades al visitar la casa el día siguiente.

El agente del Ministerio Público, el médico de guardia, el comandante de agentes y alrededor de 10 policías se presentaron ese día.

El agente escuchó la declaración de María y en lugar de dedicarse a la investigación se dedicó a robar.

Llamó a un carpintero, que rompió las chapas de los roperos que no fueron violados y junto a los demás miembros de la Cuarta delegación arrasó con todo el dinero que encontró.

Al llegar, el jefe de la Policía Judicial del Distrito Federal sorprendió a todos en medio del saqueo y se unió al robo, según la prensa de la época.

Cuando arribó el procurador Francisco Castellanos encontró que la casa había sido saqueada por segunda ocasión y ordenó que a la salida se registrara a todo aquel que pusiera un pie en la casa.

Los policías que aún quedaban dentro del lugar tuvieron que tirar en macetas o en lo primero que encontraron, el dinero que habían robado a la mujer.

Los reporteros que llegaron a la escena y vieron los billetes repartidos por todo el lugar pensaron que los Villar Lledías además de avaros, eran muy desordenados.



La investigación


Varias teorías se formularon sobre la identidad de los asaltantes y la manera en que planearon el crimen de los hermanos Villar Lledías:

Que si doña María se había tardado mucho en denunciar y por qué; que si los criminales eran conocidos de la familia, conscientes de que los avaros hermanos nunca llevaban el dinero al banco; que si el hermano mayor, Ángel, había sido citado por los criminales previo al asalto; que si el crimen fue planeado en el restaurante "El Principal", donde siempre comían los hermanos; que si los criminales estaban enterados del origen de las joyas, por ser algunas garantías de préstamos.

El hecho fue que, una semana después del asalto en República de El Salvádor, María Villar Lledías fue arrestada cuando "las investigaciones" la identificaron como autora del asalto y asesinato de sus dos hermanos.

Se dijo en la prensa que los golpes recibidos por la anciana no habían sido ocasionados por criminales, sino por los mismos hermanos en una pelea, antes de que los cómplices de la mujer llegaran a matarlos.

La realidad es que para cerrar rápido el caso y cubrir el segundo asalto a la mansión cometido por las mismas autoridades, el general Jiménez Delgado, jefe de la policía capitalina, inventó historias para hacer ver más sospechosa a la anciana.

Jiménez Delgado dijo a los reporteros que María tenía relaciones sexuales con sus hermanos, que habían encontrado restos de fetos en el patio, frutos de sus vínculos torcidos y que los Villar Lledías habían viajado a Roma en alguna ocasión para pedir una autorización al Papa y que éste permitiera a uno de los hermanos varones casarse con María.

Llegó al extremo de hacer llamar a los periodistas a la escena del crimen, donde en medio de la rueda de prensa "súbitamente" encontró el delantal de la hermana salpicado con sangre de las víctimas.

El carácter adusto y amargado de la anciana, sumado al desprecio que siempre ha despertado la tacañería, ayudaron a que la opinión pública aceptara sin poner en duda la acusación contra María Villar Lledías.

La mujer fue encerrada y sometida a juicio, mientras a los periódicos de la Ciudad de México llegaban cartas exigiendo que se aplicara todo el rigor de la ley, y hasta la pena de muerte, contra ese monstruo asesino.

El 18 de noviembre de 1945 le decretaron formal prisión por dos delitos de homicidio y el 21 de noviembre la pusieron en la celda 28 de la penitenciaría de Lecumberri.

Sólo un grupo de reporteros honestos e inteligentes, entre ellos David García Salinas y Eduardo Téllez Vargas, "el Güero", pusieron en duda la versión oficial sobre la autoría del crimen.

Ayudó también Silvestre Fernández, vicepresidente de la Unión Nacional de Detectives en Técnicas Policiales, quien por su cuenta realizó otra investigación.

El abogado de la anciana, José María Escalante, pidió que se analizara el delantal, la prueba principal con que se "demostró" su culpabilidad, y se encontró que la sangre pertenecía a la misma María.

Descubierto el engaño, el jefe de la judicial contraatacó acusando a la mujer de envenenar a los hermanos, alegando que las uñas de los cadáveres estaban amoratadas y los brazos colgaban.

El Güero Téllez desmintió la acusación escribiendo que tales síntomas se debían a la cianosis y no al envenenamiento.

A esas alturas la falsedad de las acusaciones del jefe de la judicial resultaron demasiado obvias y el caso contra María se desplomó.

El 14 de diciembre de 1945 la anciana salió de Lecumberri entre disculpas de todo tipo por las autoridades.

Sin embargo, aún estaban libres los verdaderos autores del crimen. La promesa de una recompensa de 50 mil pesos por parte de María solucionaron el asunto.



El arresto


Antonio Herrera Pérez
, un hombre flaco, desdentado y pobre, ex integrante de la Defensa Nacional, fue la pieza clave para resolver el caso.

Tras mucha insistencia, el jefe de la policía, Ramón Jiménez Delgado, permitió que el hombre le contara cómo había conocido a los criminales.

Se trataba sobre todo de Lorenzo Reyes Carbajal, un sujeto que había estado preso siete años por un doble homicidio y que invitó a Herrera Pérez a participar en el crimen. Se trataba de robar a unos viejitos que guardaban una fortuna en su casa.

Antonio, con ocho hijos, enfermo y sin trabajo, rechazó la invitación porque era "pobre, pero honrado".

Después de negarse a tomar parte en el asalto, no supo nada de Reyes Carbajal hasta que se enteró en el periódico del doble asesinato y asalto a los Villar Lledías.

Dijo también que Lorenzo vivía en Tolcayuca, Hidalgo, a donde se dirigieron los investigadores y lo aprehendieron.

La madre de éste ayudó a condenar al hijo, al declarar que Reyes Carbajal tenía en su poder joyas y dinero que no sabía cómo había conseguido.

Además de Reyes Carbajal, detuvieron a Alfredo Castro Araiza y Alfonso Tolero. En total eran tres de los cinco que habían perpetrado el crimen.

Después Lorenzo declararía que quien lo había invitado a él a participar en el asalto fue un sujeto llamado Fermín Esquerro Farfán, a quien había conocido durante su estancia en Lecumberri. También dijo que el quinto participante se llamaba Macario Mondragón Bórquez.

El 13 de febrero de 1946 los detenidos fueron declarados formalmente presos y la condena por homicidio fue de 20 años de prisión.

María Villar Lledías acudió a la penitenciaría e identificó a todos los asaltantes. Le fueron entregados 208 mil 366 pesos como parte del botín decomisado a los asaltantes.

Al día siguiente doña María entregó la recompensa de 50 mil pesos al detective Silvestre Fernández "por su dedicación y empeño en la detención de los victimarios de Miguel y Ángel".

Antes de morir, en 1974, la señorita María Villar Lledías fundó una institución benéfica con sus apellidos para niños sin recursos.

Alfonso Herrera Pérez, el ex integrante de la Defensa Nacional que dio los nombres de los asesinos se tuvo que conformar con que no lo acusaran de encubrimiento. 



Fuentes: 



- Ana Luisa Luna, "Tragedia en la calle de República de El Salvador" en Nota Roja 40's, Editorial Diana, 1993.

- Rolo Diez, "Los hermanos Villar Lledías" en El libro rojo, continuación. II 1928-1959, Gerardo Villadelángel Viñas, Fondo de Cultura Económica, 2011.

- Gilberto Roth, Espantoso doble crimen en República de El Salvador, La Prensa, 25 de octubre de 1945.

- Gilberto Roth, La clave del crimen de República del Salvador, La Prensa, 26 de octubre de 1945.

- La millonaria, cómplice; anoche quedó arrestada, La Prensa, 31 de octubre de 1945.

- Los verdaderos asesinos de los hnos. Villar, capturados, La Prensa, 23 enero 1946.

- M. espejel y Álvarez, El plan de los asesinos de los Villar, revelado, La Prensa, 24 de enero de 1946.

- Cómo se cogió la pistola de los temidos asaltantes, La Prensa, 24 de enero de 1946.

- Benjamín Vargas Sánchez, Cómo fueron el asalto y muerte de los Villar, La Prensa, 25 de enero de 1946. 

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